jueves, 30 de diciembre de 2010

El bello durmiente

Allá por mis años mozos, salir por la noche hasta altas horas de la madrugada era un extra. Mientras los jóvenes de ahora salen el viernes por la noche y vuelven a casa el domingo por la tarde tras un fin de semana de "sesssso, drojas y bakalao" sin que a sus padres parezca importarles, a mi generación le armaban la tercera guerra mundial por llegar a casa a las diez y un minuto de la noche. Por eso, celebraciones como Pascua, las fiestas patronales, la Nochevieja o la noche del cinco de enero eran tan especiales. Porque trasnochábamos, bebíamos, e incluso algunas... (agarraos que esto es fuerte) ¡se daban el lote con chicos!

Mis abuelos eran propietarios de una casita bastante cutre en un céntrico callejón de esta santa ciudad. Incluso ahora, que Tíocabrito se ha instalado en ella (igual algún día que esté de mala uva os hablo de Tíocabrito y las Joyas de la Corona) y está arregladita y mona, parece pequeña. Pues allí llegaron a vivir cinco personas, e incluso tenía una pequeña consulta en la planta baja donde mi abuelo ejercía de practicante (y me temo que con este dato, acabo de revelar mi identidad secreta a media ciudad).

Pero vamos al grano, como dijo el inventor del peróxido de benzoilo. La susodicha casita estaba deshabitada en aquellos tiempos, así que un año me armé de valor y les pedí permiso a mis abuelos para que mi pandilla y yo pasáramos allí la Nochevieja. Sorprendentemente, me lo dieron, así que una semana antes, armada con la llave, llevé a mis amigas a reconocer el terreno. Y, ya de paso, a darle unos cuantos escobazos y poner espumillón y bolitas por todas partes.

De modo que allí estábamos, ocho intrépidas aventureras en busca de emociones fuertes. Abrimos la puertecita que daba a la primera planta, y como no encontramos el interruptor para encender la luz (más tarde lo descubrimos justo al lado de la puerta, delante de nuestras narices), cogimos unas velas que encontramos en la cocina, las encendimos y subimos por la estrecha escalera como una mezcla de Jane Eyre y Los Cinco (pero sin perro).

La primera planta se componía de un pequeño rellano y dos habitaciones. En una de ellas, encontramos una pequeña maravilla: una casa de muñecas antigua. Y mientras la mitad de nosotras la miraba embobada, la otra mitad decidió explorar la otra habitación.

Y entonces se oyó uno de esos gritos que solo pueden salir de la garganta de una jovencita aterrorizada:

-¡¡¡AAAAAHHHH! ¡Un hombre! ¡Un hombre durmiendo!

Aunque luego lo negué enérgicamente, ahora que no nos ve nadie puedo deciros que del susto casi se me cayó la vela de la mano. O quizás fuera porque toda la pandilla se amontonó a mi lado como si todos los ejércitos de Mordor nos estuvieran rodeando y yo fuera la última esperanza de la humanidad.

Una vez pasado el primer susto, mi parte más analítica tomó el control. Habíamos encontrado la puerta perfectamente cerrada con llave, la ventana del primer piso estaba cerrada... ¿cómo podía haber entrado un hombre, o ni siquiera un gato, allí? Así que puse mi mejor cara de Éowyn, aunque en lugar de decir: "No soy un hombre", dije:

-¿Un hombre? ¡Pues se va a enterar!

Y me dirigí a la otra habitación mientras el resto del valiente ejército de Rohan se agolpaba detrás de mí mirando por encima de mi hombro. Me acerqué a la cama y alargué la mano...

Y levanté el viejo almohadón que mis abuelos debían haber olvidado allí hace años.

-Pues me había parecido un hombre.- dijo la gritona.

-La que tiene hambre sueña con rosquillas. - le contesté el plan digno.

Y ahí terminó la historia del bello durmiente.

Claro que luego durante la cena de Nochevieja tuvimos una invasión de orcos que me obligaron a defender la cocina a escobazos  en plan Gandalf al grito de "¡No pasaréis!", alguien atascó el retrete (y no precisamente el del placer criminal) con asquerosos resultados, y la resaca del día uno fue tan épica como la fiesta, pero no tanto como la bronca combinada de mi madre y mi abuela.

¡Ay, qué gonito era ser joven en los ochenta!

PD: Visto ayer en asshai (ampliad la imagen si no se ve bien). ¿Sabéis lo que sale en google cuando comenzáis a escribir "finish the..."




¿Soy la única a la que le parece una indirecta?


2 comentarios:

  1. Oh, nostalgia. Hagamos una película como con los goonies. O algo. Mejor no porque aquí lo haría Almodóvar y sería más bien 18+, seguramente, y con melodrama, que ahora le ha dado por ahí.

    Lo de google... pfffff, indirectísimo.

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  2. Yo no lo llamaría exactamente nostalgia, porque si un genio me ofreciera una máquina del tiempo para volver a aquella época, le pegaría un tiro al genio. Pero a veces me gusta recordar las partes divertidas.

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