viernes, 24 de diciembre de 2010

La Nochebuena ideal

Los especiales navideños de las series de televisión suelen ser el equivalente argumental a un pastel de gloria relleno de chocolate, cubierto de mermelada de fresa y salpicado con trocitos de calabazate. Solo se salva aquél episodio de "El príncipe de Bel Air" en el que Carlton descubría gracias a su ángel de la guarda que todos habrían sido más felices si él no hubiera nacido (vamos, por el argumento supongo que era un episodio navideño, aunque en Depena 3 lo daban en cualquier época del año), y el octavo episodio de la tercera temporada de "Sobrenatural" (a partir de aquí hay spoilers, así que el que no quiera leerlo, ya sabe, flechita atrás, click en algún blog de aquí a la izquierda, o click en la equis roja arriba a la derecha).

Vale, suponiendo que ya no hay ropa tendida, entro en materia.

El capítulo comienza con una escena tierna y emotiva, como corresponde a estas fechas:


Después de los títulos de crédito, nos enteramos de que Dean, en su intento de vivir a tope su último año de vida, además de ligarse a todas las chicas que pueda y darle al "comercio" y al "bebercio" con la alegría de quien no tiene que preocuparse por el colesterol, quiere celebrar la Navidad. Naturalmente, Sam no quiere. Y entre discusión y discusión sobre el tema y flashback sobre la tétrica infancia de los dos chicos, tienen que investigar las misteriosas desapariciones de hombres que están teniendo lugar en la típica pequeña ciudad cutre del Midwest.

El primer sospechoso es "el anti-Santa", y Dean cree que su "encarnación humana" es el Papa Nöel de un parque temático, que cojea y huele a caramelos. Así que los intrépidos cazadores se presentan en la caravana donde vive el sujeto, en plan justiciero (cuidado, esta escena puede ofender vuestra sensibilidad, pero sobre todo vuestros oídos):



Luego, como suele ser habitual en todos los procedimentales, aparece el verdadero culpable: una pareja de dioses paganos antropófagos que han vivido camuflados como una dulce pareja de ancianitos, y que regalan coronas navideñas para seleccionar a sus víctimas. Naturalmente, los chicos acabarán atados a una silla y participando muy a su pesar en la fiesta de los tiernos abuelitos.


Por cierto, la dulce parejita de dioses paganos tienen una debilidad: pueden morir si se les atraviesa con una estaca hecha con madera de un árbol de hoja perenne. Sí, con la madera del árbol que estáis pensando:


Y después de la experiencia, y de otro flashback,  nos enteramos de que Sam odia la Navidad porque fue la fecha en la que descubrió cómo había muerto su mamá y cuál era de verdad el "negocio familiar" (es que John se dejaba el diario en cualquier parte, qué calamidad de hombre). Y también que John cometía el peor crimen que cualquier padre puede cometer. Algo peor que los malos tratos o el asesinato, peor incluso que llegar tarde a la función escolar: prefería pasar la Nochebuena matando monstruos que con los niños. Y, a pesar de todo eso, el chico se traga su "aguafiestez" natural y decide que, vale, vamos a hacernos regalos, emborracharnos y ver la tele.

Lo dicho, una Nochebuena ideal.

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