Resurrección y noticias frescas

Por fin, después de dieciocho días, recibí el mensaje de que mi listófono había resucitado y me estaba esperando en la tienda.

La verdad es que no lo he pasado tan mal estos días sin mi listófono como dicen los agoreros que hablan de "adicción a las tecnologías". No he podido tuitear tanto como de costumbre porque para eso habría tenido que encender el portátil, y muchas frases ingeniosas que se me ocurrían mientras veía la tele o paseaba al Keko se han perdido para siempre como lágrimas en la lluvia (¡originalidad al poder!), y os habéis perdido muchas fotos curiosas y sorprendentes. A cambio, me he puesto al día con los podcasts de "Música antigua".

He visitado dos de mis candidatos a nueva vivienda. El apartamento, una monada. Aunque mi tía se equivocó al decirnos el precio y el número de baños. Ya me extrañaba a mi que hubiera sitio en ese apartamento para poner dos cuartos de baño. El único defecto que le encuentro es ese, que al ser un apartamento, va escaso de espacio. Tendré que aplicarme una severa política de austeridad en cuanto a los trastos, especialmente en la compra de libros, pelis y música. Habrá que sacarle partido al libro electrónico. Por suerte hay gente como Fantascy, o recientemente la colección de Literatura Fantástica de RBA, donde  los libros electrónicos están a un precio bastante razonable para lo que se lleva en el ramo.

En fin, a lo que iba. También fui a visitar la villa, más que nada a ver dónde estaba la trampa. Y la "trampa" es que, a pesar de estar situada en un buen distrito, ser bonita y bien distribuida, tener piscina propia y un poco de terreno (eso sí, asfaltado, no jardín), se encontraba encajonada entre otras dos. Se accede a ella por un caminito privado, pero la sensación general es de estar encerrado. Ni te ven desde la calle ni tú ves la calle. Para asomarme a la ventana y ver una pared, me quedo en mi piso, que además de pared veo las plantas del vecino. Además, si alguna vez se acaba esta crisis, es posible que acaben construyendo un edificio de apartamentos justo delante, tapando completamente la brisa. Y no me dio buena impresión que hubiera aire acondicionado en todas las habitaciones. Señal de que se pasa calor. 

Y, bueno, Castellón siempre en la vanguardia del frikerío patrio. Mirad lo que tenemos ahora. Mola, ¿verdad? Pues no tanto. Porque resulta que por un problemilla de derechos de autor no se puede utilizar la imagen de las estatuas de Ripollés para nada. De lo que os habéis librado, forasteros.

Por otra parte, el Ayuntamiento de mi santa ciudad sigue sin saber qué hacer con la única, maravillosa y nunca lo bastante bien ponderada biblioteca sin libros que tuvo a bien construir la anterior corporación.

Y Jérica, un bonito pueblo en el Alto Palancia, corre grave peligro de ser abrasado por una lluvia de fuego y azufre por culpa de la maldad de sus habitantes, que cometen atrocidades como estas:

Quiero dejar constancia de que en Jérica hay determinados individuos que no tienen ningún tipo de reparo ni vergüenza en blasfemar. Son personas sin vergüenza alguna y, como cristiano, se me cae el alma a los pies cuando veo que lo hacen con absoluta impunidad y con el consentimiento del resto de la población, que calla ante semejante blasfemia.

Hay individuos que no saben comportarse en la iglesia. No paran de hablar de sus asuntos, sobre todo antes y después de la santa misa. En Jérica, a veces, la iglesia parece un mercado y se podría hablar de alteración del orden público. En fin, eso es lo que hay. Muchas gracias.

La fuente, el contestador del Mediterráneo, cómo no.

Y con esto y un... 

Hasta el próximo capítulo de mis apasionantes aventuras.