Como ya sabréis mis lectores, veinte kilómetros me separan de mis libros. Estoy leyendo poquísimo últimamente, pero menos mal que tengo mi cacharrito electrónico bien lleno porque si no, directamente ya me habría vuelto loca.
De todas formas, si algún día quiero venderlo (ya sabéis, dentro de cien años, cuando se acabe la crisis), mi anterior piso debe estar vacío. Así que va siendo hora de hacer la mudanza, aunque sea poco a poco.
Pero en el apartamento apenas tengo sitio para poner mis libros, así que si no tengo sitio, hay que hacerlo.
Como en el 90% de los pisos de España, en mi apartamento hay un rincón en el cual existe un hueco entre el pilar de carga del edificio y una de las paredes. En mi caso, el rincón en cuestión estaba ocupado por un pequeño armario de bambú, muy útil si solo estabas allí en verano, pero no tanto si has de vivir todo el año. El armarito es de una solar puerta, mide unos 90 cm de alto, 50 de ancho y otros 50 de fondo. Dentro tiene una balda y una barra de la que colgar ropa, y nada más.
Ahora va la cortinilla de onditas para entrar en un flashback.
Cuando nos pusimos a vivir, casi lo primero que dije fue: "La mesa del comedor ha de marcharse".
Señorpadre, como de costumbre, discrepaba:
-¡Es que quieres tirarlo todo!
-Es una mole, nos ocupa medio comedor y no la vamos a utilizar. Fuera.
-¿Y si vienen invitados a cenar algún día qué?
Sí, claro, tenemos tanta vida social que nos hace falta una mesa de un metro de ancho por dos de largo, y además extensible, para recibir a nuestros numerosos invitados. Porque no pasa un día sin que vengan a cenar dos familias reales como mínimo...
La mesa se quedó hasta que tras la adquisición de dos sillones de relax, Señorpadre se dio cuenta de que era ella o nosotros, y consintió en sacarla a la terraza.
Allí vivió pacíficamente hasta que Señorpadre se compró una hamaca que le permitía poner los pies en alto y estar fresquito este verano, y como no cabía, hubo que desplazar uno de los sillones-cama. Como el susodicho sillón-cama no cabía en la terraza, Señorpadre llegó a la inevitable conclusión:
-Tenemos que librarnos de la mesa.
Casi me parto la lengua del mordisco que me di para no contestar: "Te lo dije".
Así que la mesa salió a finales del verano rumbo a la casa de campo de una de mis primas.
Espero que la reina Isabel no se lo tome mal...
Bien, una vez nos libramos de la mesa, sacamos el sillón cama, que había estado molestando en la habitación de Señorpadre y obligándome a hacer la cama a la pata coja, organicé un rinconcito en la esquina norte, me hice instalar unos estores para protegernos de la luz directa del sol (en invierno no me atrevo a bajar los toldos, que los temporales de viento por aquí son legendarios), trasladé la estantería metálica de la cocina a la terraza, puse en ella las plantas, arreglé la mesita de la terraza, llevé el armarito a la otra esquina, y nos dimos cuenta de un pequeño detalle: el suelo de la terraza va en pendiente, con lo cual el pobre estaba inclinado hacia adelante, dando la impresión de que estaba a punto de caer. Hubo que serrar las patitas de atrás para que quedara en un sitio. Una vez puestas dos baldas en el interior, ha quedado la mar de útil.
Fin de la cortinilla de onditas.
Una vez libre el sitio, comenzamos a pensar en qué pondríamos ahí. Primero diseñé yo misma la librería; una serie de baldas bien cogidas a la pared, y que no solo ocuparían el hueco sino que se prolongarían a la pared de al lado en ángulo. Una de ellas sería el doble de ancha para formar una mesita donde pondríamos mi viejo ordenador de sobremesa.
Pero Señorpadre no lo veía claro. Supongo que temía que las baldas se me acabaran cayendo encima, así que le propuse el plan B: comprar esto, pero en color roble, que va más a juego con la cama, la cómoda y el armario:
¡69,95 del ala! |
Medimos y remedimos el hueco: 80 cm. de ancho por la parte más honda, 82 por fuera. 220 de alto. La librería cabía perfectamente. No podía fallar.
Si no fuera porque los constructores de este santo país han oído hablar de Gaudí, lo han entendido a su manera y no hay quien construya una puñetera pared recta.
Nos costó apenas una hora montar el cacharro, encolado incluido. Nos había quedado monísimo. Llegó la hora de meterlo en el hueco.
No cabía.
Resulta que no solo las paredes hacen "barriguita", sino que encima estaba el rodapies. Hubo que arrancar el susodicho rodapies y empujar bien fuerte para que la librería entrase.
Y una vez dentro, resultó que... el suelo de mi habitación hacía pendiente y la librería estaba a punto de caer.
De modo que hubo que suplementarla por delante y ponerle cuñas a los lados. Con un Señorpadre obsesionado con el nivel y el pie de rey, y contar en milímetros, y los dioses bendigan a la llave Allen. Dos días estuvimos para encajar la librería en su sitio.
Luego, pusimos la mesa.
Parece fácil hacer una mesa, ¿no? Se compra un tablero de melamina, un kit de cuatro patitas, se atornillan las patitas a la mesa y listos, ¿no?
¡NO! Porque a Señorpadre se le ocurrió ponerle un suplemento de madera, nos llevamos en el coche una de las plaquitas metálicas que ayudaban a atornillar las patitas para tomarle la medida cuando compráramos los cachitos de madera, me la olvidé en la guantera, y al día siguiente no la encontraba y perdimos un día buscándola por todo el apartamento. Hasta que decidimos volver al Leroy a por otra y me la encontré, allí mismito.
Lamadrequemematriculó...
Bien, aquí os dejo la foto de la mesita y la librería. Un poco oscura, pero como veis, el esfuerzo valió la pena:
En la foto no se aprecia, pero la viga y el pilar forman un bonito ángulo agudo que hace que parezca que la librería está torcida. Pero no es la librería, son las paredes.
Ahora solo falta tener tiempo para ir a mi anterior piso y traerme aquí el material para llenarla.
De lo cual viene una de mis dudas: me sobran libros.
A pesar de mis planes de no comprar papel, me estoy haciendo la colección de Grandes Clásicos de la Literatura, que son unos libros la mar de majos en tapa dura y con dos novelas por tomo. Gordacos y bonicos. Voy a tener que librarme de las ediciones de bolsillo de los clásicos, y también de la mayoría de mis libros de cocina. Así que ¿qué me recomendáis: los pongo a la venta por mi cuenta, utilizo alguna plataforma (por ejemplo, en Casa del Libro, o en Amazon), una web de anuncios por palabras, los llevo a alguna tienda de segunda mano, los dono? ¿Alguien ha tenido alguna experiencia con alguna de las opciones?
Ya para finalizar, ¡la terrible temporada de Navidad se acerca! Mirad lo que regala uno de nuestros periódicos locales:
La Virgen María Fallera, marededeusenyor.... ¡y encima Elecciones Generales! ¿Alguien tiene una máquina del tiempo para adelantar un par de años?
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