Hace mucho, mucho tiempo, cuando yo era una tierna mozuela que acababa de entrar en la Facultad de Derecho (aunque entonces aún no se llamaba así) me "ajunté" con una peculiar pandilla de amigas.
Componíase la pandilla de: tres gafapastas, una pija que se había metido a estudiar ingeniería con la esperanza de casarse con algún compañero de clase y no tener que trabajar en su vida (sí, amiguitos, existe gente así), una chica relativamente normal que ejercía de su sombra, otra chica que de mayor quería ser como la pija pero se quedaba en "guanabi" y que por algún motivo que nunca lograré entender tenía aterrorizada a la jefa de las gafapastas, en adelante "El Monstruo Peludo" (¡No le contéis a X que hemos estado en tal sitio que se chivará! Os recuerdo que estoy hablándoos de chicas de veintitantos, no de preadolescentes), y por último, una estudiante de medicina maníaco depresiva con la madurez de Sansa Stark a los dos años (iba a poner un enlace a la Enciclopedia de Asshai pero hay demasiados spoilers. Buscad por vuestra cuenta quién es Sansa si no os importan). Ah, bueno, y también había una friki con solo medio cuerpo fuera del frikiarmario (adivinad quién) y una chica a la que le encantaría este blog y que flipaba en colores con el resto de la peña.
Por circunstancias de la vida, por no decir hombres, más concretamente hombres calvos y con gafas propietarios de pequeños comercios, comenzaron a aparecer fricciones en la pandilla, que ya desde el principio no era muy feliz que digamos. La semifriki y su amiga "fashion" (te lo digo con cariño, AC, que conste) cometieron una maldad relacionada con la futuradoctora Sansa y un grupo de "himbestigadores" para-anormales, y luego cometieron la tontería de contársela al Monstruo Peludo, la cual se la guardó en la recámara para utilizarla dos días antes de Nochevieja dejando a nuestras heroínas compuestas y sin plan para esa noche. Luego descubrimos el verdadero motivo: en una jugada digna de la Caza-ingenieros, el Monstruo Peludo estaba saliendo con un maromo con el que la friki hacía el tonto (que no es lo mismo que "tontear"), pero que si hubiera preguntado habría descubierto que le importaba poco menos que un rábano (aproximadamente lo mismo que yo a él, creo).
Hay personas que en tales circunstancias se habrían tomado sangrienta venganza, por ejemplo contratando a un matón para que le rompiera los morros a la interfecta, clavando agujas de hacer media en una muñeca vudú, o acudiendo al Diario de Patricia.
Yo escribí un cuento. No es políticamente correcto como el del patito. Quedáis avisados antes de que os ofendáis. ¿Preparados? Aquí está:
FOCANIEVES Y LOS SIETE GIGANTES
Érase una vez en un país muy lejano una bellísima reina que tenía una hijastra muy fea llamada Focanieves. Como la reina sabía que si Focanieves llegaba a reinar arruinaría el país, contrató a un asesino, y le ordenó que la matara, pero advirtiéndole que si la miraba a la cara las consecuencias podían ser terribles.
El asesino se llevó a Focanieves a un bosque donde planeaba abandonar el cadáver, pero cometió el error de mirarla y se desmayó del susto. Focanieves huyó, se internó en el bosque y llegó a una cabaña donde vivían siete gigantes mineros.
Al volver de la mina, los gigantes la descubrieron durmiendo. Al ver lo fea que era, se solidarizaron con ella y le permitieron quedarse.
Focanieves limpiaba la casa, preparaba zumos y discutía de derecho laboral y metafísica kantiana con los gigantes. Ella era muy feliz, pero ellos no: tenían hambre, querían comer sólido y estaban hartos de mítines.
Mientras tanto, el asesino había confesado a la madrastra de Focanieves que ésta aún vivía, y la madrastra decidió acudir a un reality-show para que la encontraran. Esta vez el plan salió bien, y un día que los gigantes se habían encerrado en la mina para pedir un aumento de sueldo y mejoras en las condiciones laborales, se disfrazó de vendedora de cosméticos y fue a visitarla.
Focanieves, que además de fea era un poco gilipollas, la recibió encantada y le compró una crema anticelulítica que según el fabricante iba a hacer milagros con sus muslos. Pero al probar la susodicha crema, Focanieves engordó tanto que no cupo en la cabaña, y se murió del disgusto.
Los gigantes la encontraron así al volver de la mina con el convenio colectivo recién firmado, y pensaron que cavar una fosa tan grande era demasiado trabajo, así que no la enterraron: la taparon con un mosquitero.
Poco después, un príncipe miope pasó por allí, la vio y pensó que era muy guapa. Apartó el mosquitero y la besó. Focanieves abrió los ojos y el príncipe le preguntó si quería casarse con él. Y ella dijo que sí, que casarse era lo único que había querido hacer toda su vida.
Los siete gigantes se alegraron mucho al ver que Focanieves se había ido y por fin dejarían de tomar zumos de piña todas las noches.
La madrastra siguió siendo reina hasta que una revolución proclamó la república, tuvo que exiliarse y murió a los noventa años en un paraíso fiscal del Caribe.
Focanieves y el príncipe fueron felices hasta que a él le pusieron gafas.
A la amiga "fashion" le gustó mucho. Y la friki remató su venganza enviando el cuento a "La Rosa de los Vientos" para que Juan Antonio Cebrián lo leyera (qué lástima no haber guardado el audio, lo grabé en cinta para que mi amiga lo oyera y lo perdí durante la mudanza, o igual grabé alguna otra cosa encima, no sé).
Un par de años más tarde, la friki conoció "La concha de Gran A'tuin" (no, no voy a gastar la bromita sobre los argentinos, que esa ya está en el enlace a la derecha). Y, dado que en dicha web había una sección para relatos ambientados en Mundodisco se le ocurrió "arreglar" el cuento y enviarlo allí. Y este fue el resultado:
EPISODIO CERO: EL INICIO DEL COMIENZO DEL PRINCIPIO
En el castillo de la Reina Sinforosa de Murrage había 144237 escalones y 12667650 losetas de mármol. Blanquita lo sabía porque llevaba veinte años fregando unos y otras. También se encargaba de quitar el polvo de los muebles, lavar la ropa, fregar los platos, dar de comer al perro de la Reina, lavar al gato del Mago de la Corte, hacer las camas, limpiar los cristales, abrillantar la plata, pelar las verduras y deplumar las aves para las comidas.
Pero su destino iba a cambiar. En cuanto terminase de pelar aquel pollo.
Blanquita no siempre había sido una fregona. Su padre había sido el rey de Murrage. En cumplimiento de su deber, se casó con una prima del entonces Rey de Lancre, y en el tiempo reglamentario, la Reina descubrió que estaba embarazada[1]. Como no tenía nada mejor que hacer, se dedicaba a mirar por la ventana. Un día de nevada, la Reina vio un cuervo picoteando un charco de sangre que había goteado de un ciervo que había matado el Cazador de la Corte para la cena de aquella noche. La Reina suspiró y dijo:
-Me gustaría tener una niña de piel blanca como la sangre, labios rojos como el cuervo y pelo negro como la nieve.
Pues la Reina siempre había tenido algunas dificultades para distinguir unos colores de otros.
El deseo de la Reina se cumplió, pero ella no vivió para verlo, y el Rey, tras derramar una cuantas lagrimitas, contrajo nuevo matrimonio, solo para contraer poco después una misteriosa enfermedad que dejó a Blanquita en las garras de la Reina Sinforosa.
Fijaos en Blanquita mientras pela el pollo. ¡Fijaos bien! ¡Que os fijéis, he dicho! Vale, eso está mejor. Ahí está Blanquita, sentada en un banco a la puerta de las cocina, mientras las plumas vuelan a su alrededor. Los harapos no pueden ocultar su belleza. Ni siquiera un vestido de oro con zapatitos de cristal a juego podrían ocultar su belleza. La triste realidad es que no hay belleza que ocultar. Su piel es del color de la tripa de una rana, su pelo se asemeja a una Nanas usada, y eso cuando tiene un buen día. Sus ojos parecen querer escapar de semejante cara, su nariz le quitaría todos los complejos a Cyrano de Bergerac. Blanquita no lo sabe, pero es como la Tierra: achatada por los Polos. Además, es una chica muy culta. Solo había un libro en todo el castillo, pero ese libro era la Enciclopedia Espesa, y a falta de otra cosa la había leído un montón de veces antes de dormir.
Una vez, en el Parlamento, el líder de un grupo minoritario presentó una moción protestando por el mal trato que recibía Blanquita. Fue ejecutado. Unos años después, una delegación de nobles se presentó en el castillo por el mismo motivo. Nunca se volvió a saber de ellos. Desde entonces, los nobles se dedican a practicar su Droit de Seigneur[2], y en el Parlamento se discute acaloradamente sobre las nuevas leyes de caza, pesca y apicultura, y sobre si sería conveniente o no servir esfumino entre sesiones.
Bien, como iba diciendo tres disgresiones atrás, el destino de Blanquita estaba a punto de cambiar. Estaba arrancando un puñado de plumas de cerca del cuello cuando una sombra le tapó la luz. Un momento antes había oído acercarse un caballo, pero no le había dado mayor importancia. Estaba Blanquita a punto de pedirle al intruso que se apartase cuando oyó una melodiosa voz que le decía:
-Buenos días, hermosa doncella. Disculpad que os moleste, pero creo que me he perdido. ¿Es este el camino del Castillo de Irás y no Volverás?
Blanquita levantó la mirada. El príncipe era alto (o al menos lo parecía montado a caballo), rubio y de ojos azules. Por desgracia para él, en cada uno de sus lindos ojos azules había siete dioptrías, un millón de espinillas en cada mejilla, y su nariz recordaba peligrosamente a la de una hucha. Fiel hasta el final a su tópico, vestía de azul, desde el sombrero con plumas de su cabeza hasta las suelas de las botas. El caballo era blanco, y tenía tal cara de resignación que inspiraba más lástima que otra cosa.
Por si Blanquita no le había oído, el Príncipe (al que llamaremos Azul para salvaguardar su verdadera identidad) repitió la pregunta.
Blanquita abrió la boca, sorprendida. Era la primera vez que alguien la llamaba "hermosa doncella"[3]. Lo más amable que había oído hasta entonces había sido: "Quítate de enmedio, foca".
-Al final del bosque a la izquierda -logró contestar cuando se recuperó de la impresión.
-¡Gracias, oh, hermosa dama! -dijo el príncipe haciendo tal reverencia que casi cayó del caballo.
Y luego arreó al animalito en dirección contraria.
Blanquita no estaba en condiciones de sacarle de su error. Sin soltar el pollo, salió corriendo hacia la habitación donde la Reina Sinforosa guardaba el espejo mágico, se plantó ante él y dijo, jadeante aún por haber subido setenta y siete escalones a la carrera:
-Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del Reino?
-¡SOCORROOOO! -gritó el espejo antes de romperse en mil pedazos.
-¿Quién será esa? -Se preguntó Blanquita.
Cuando el destrozo llegó a sus oídos, la Reina se enfadó mucho. El espejo mágico le había costado mucho dinero, había tenido que importarlo de Ankh-Morpork, y aún no había terminado de leerse el manual de instrucciones. Ya estaba harta. Llamó al Cazador y le ordenó que se llevase a Blanquita al Bosque y la matara, advirtiéndole que no la mirase a la cara, pues si cometía semejante error, las consecuencias podían ser terribles.
El Cazador era un poco chuleta[4], y burlándose de las advertencias de la Reina, miró a la cara a Blanquita. Por primera vez en su vida, se desmayó del susto. Blanquita huyó y se internó en el bosque hasta llegar a un claro donde se quedó llorando y gimiendo como si se hubiera perdido en un Valle de Lágrimas.
Llegado este punto, el guión exige que los animalitos del Bosque se dediquen a animar a la protagonista con alegres gorjeos, a lo que ella contesta con no menos alegres gorgoritos y los bichos terminan enseñándole la cabaña de los siete enanitos. Pero en este bosque los animalitos estaban muy escaldados, y ni se les pasó por la cabeza acercarse a la gimoteante princesita. Blanquita tuvo que encontrar el camino de la cabaña de los Siete Enanitos ella sola[5].
Cuando regresaron de la mina, cantando alegremente su canción preferida[6], los enanitos descubrieron a Blanquita durmiendo en sus camas. Cuando ella les contó su triste historia, su alma proletaria se conmovió, y solidarizados con la joven, permitieron que se quedase con ellos.
Blanquita limpiaba la casa, que no tenía más que siete escalones, preparaba zumos para que los enanos cenaran sano, y hablaba con ellos de derecho laboral y metafísica kantiana. Era muy feliz, pero ellos no: tenían hambre, querían comer sólido y estaban hartos de mítines.
Pero la felicidad no dura para siempre, ni siquiera en los cuentos.
El cazador, abrumado por los remordimientos, había confesado a la Reina Sinforosa que Blanquita aún vivía, y la pérfida reina se compró una bola de cristal para localizarla. Tuvo que empeñar todas sus joyas, pero al menos pudo deshacerse del mago y su gato.
Un aciago día, los enanos se habían encerrado en la mina para pedir una revisión de su convenio colectivo. La malvada madrastra, disfrazada de vendedora de cosméticos, visitó la cabaña.
Blanquita, inocente ella (por no llamarla directamente tonta), la recibió encantada y le compró una crema anticelulítica que iba a hacer milagros con sus muslos. Pero al probar la susodicha crema, engordó tanto que no cupo en la cabaña, y se murió del disgusto.
Los enanos la encontraron así al volver de la mina con el convenio colectivo recién firmado, y pensaron que cavar una fosa tan grande era demasiado trabajo, así que no la enterraron: la taparon con un mosquitero.
Cuando el Príncipe Azul pasó por allí, aún buscando el Castillo de Irás y No Volverás, tropezó con el cuerpo de la pobre Blanquita. Al caer encima, reconoció a la hermosa doncella del castillo, y sin pensar en su integridad personal, apartó el mosquitero y la besó. Blanquita abrió los ojos y el príncipe le preguntó si quería casarse con él. Y ella dijo que sí, que casarse era lo único que había querido hacer toda su vida.
Los siete enanos se alegraron mucho al ver que Blanquita se había ido y por fin dejarían de cenar zumo de piña todas las noches.
La Reina Sinforosa siguió en el trono hasta que una revolución proclamó la república, tuvo que exiliarse y murió a los noventa años en un paraíso fiscal de las Islas Marrones.
Blanquita y el príncipe fueron felices hasta que a él le pusieron gafas, vio el error que había cometido y se alistó en la Legión Extranjera Klachtiana. Se dice que llegó a General[7].
Por su parte, Blanquita, muy deprimida por los acontecimientos, regresó a la cabaña en el bosque. Pero en ella solo encontró una nota que decía: "Nos hemos ido con el Bombero Torero. No vendremos a cenar", que habían dejado los enanos cinco años antes por si ella regresaba[8]. La chica estaba más sola que una huna cuando pasó por allí una bruja.
Blanquita miró a la Bruja. La bruja miró a Blanquita y vio que la chica tenía Posibilidades. Con unos cuantos besos a un sapo, incluso podría tener verrugas.
-Buenosss díasss, essstoy bussscando una aprendis, ¿te interessaría el puessto?
-¿Hay que fregar escaleras?
-No. Sssolo hay que echar maldisionesss, ayudar en losss partosss y resetar medisinasss naturalesss a la gente. Y acudir a los aquelarresss todosss los sssábados por la noche
-Entonces sí que me interesa.
-Puesss levántate y sssígueme. ¿Cómo te llamasss, niña?
Por un momento, Blanquita se lo pensó. Su nombre le parecía algo ridículo para una bruja. Por otra parte, siempre había querido llamarse...
-Alice.
-Aliss. Bonito nombre. También nesesitarásss un apodo, pero essso ya llegará con el tiempo.
La recién renombrada Aliss se internó en el bosque tras la bruja. La niebla las envolvió como una manta.
-Creo que una de las dos debería decir algo.
-¿Essste esss el prinsipio de una hermosssa amissstad?
-No, yo estaba pensando más bien en: "Que Ío el Ciego les pille confesados"
-Bonita frassse -se rió la bruja. Los animalitos del bosque corrieron a esconderse.
Había una indicación en el sendero que la bruja y su nueva aprendiz estaban siguiendo.
Decía: "A la Casita de Chocolate".
Con el tiempo, Aliss se ganó un apodo (sobre todo gracias a sus dientes y sus uñas) y aprendió a envenenar manzanas, convertir a los príncipes en ranas y cisnes (estos eran sus hechizos preferidos), y a lanzar maldiciones. Y hasta su desdichado final, gratinada en su propio horno, nunca olvidó incluir un romance en sus hechizos.
Bueno, ¿de qué os quejáis? Podría haber terminado peor.
[5]- No fue nada difícil, el bosque estaba lleno de señales de tráfico que decían entre otras cosas: "Al Castillo de Irás y no Volverás", "A la Cabaña de los Siete Enanitos", "A la cabaña de los Tres Cerditos", "Al Templo Maldito" y "A Castellón" (aunque ningún viajero fue nunca capaz de encontrar ninguno de estos dos lugares).
Son formas de canalizar el rencor. Otros se lo guardan dentro y, aunque no lo demuestren, están podridos del todo. Francamente, es preferible darle salida de alguna forma.
ResponderEliminarLa versión de La Concha de la Gran A´Tuin está mejor, tiene más mala baba. A todo esto, ¿la aludida llegó a darse cuenta?
ResponderEliminarEhm...acabo de darme cuenta ¡qué feliz estuve yo en la carrera sola, geek completa y a mi bola!
Lo de ir a la facultad para buscar maromo no te creas que es tan raro: había una facultad de derecho (no diré de qué ciudad para proteger identidades) a la que se referían con unas siglas que significaban "ALgo MIentras BUsco MArido Rico". Creo que la profusión de féminas perfectamente maquilladas y conjuntadas era peligrosamente superior al de la mía.
Por otro lado, yo me guardo el rencor ¡Pero no estoy podría! Solo son venganzas que tengo en Tareas Pendientes.
Pues no sé si la aludida llegó a darse cuenta porque no volvimos a hablar, pero lo dudo, porque por más que se las diera de intelectual, de "Los 40" no la sacaba nadie, pero lo que me reí yo escribiéndolo no me lo quita nadie.
ResponderEliminarPor supuesto que la de "La Concha" está mejor, esa ya la escribí con intenciones literarias (y de paso autocontestándome a algunas preguntas que me hice viendo la peli de Disney, lo digo por lo del Parlamento y eso), la primera versión era solo para reírnos entre amigas.
Y lo de las féminas maquilladas y conjuntadas me suena: "Tengo que comprarme trajes chaqueta, que estudiamos derecho y hay que dar la imagen". Sin palabras.