domingo, 2 de enero de 2011

Rescatando entradas 18: Cultivando calabazas

Publicado originalmente el 19 de octubre de 2005. Y, por cierto, acabo de eliminar para siempre mi espacio de Windows live. Descanse en paz


Cuando los antiguos mejicanos comenzaron a cultivar calabazas no se podían imaginar que acabarían siendo el ingrediente de una de las ollas más deliciosas que se cocinan en esta santa ciudad.

La olla de calabaza consiste en cocer juntos hasta que estén tiernos y sabrosos los siguientes ingredientes: patatas, judías verdes, cebolla, alubias ("fesols"), garbanzos, y, como no, calabaza. Delicioso, si la calabaza tiene el punto convenientemente dulce.


Hace dos años encontré esa calabaza. Dulce, deliciosa, en su punto... y guardé las semillas para cultivarla. Señorpadre las llevó al patio de uno de mis tíos (un pequeño terreno donde  el hombre tenía plantadas dos filas de naranjos, dos plataneros y una parra) y las plantó. Y esperamos.

Se habla mucho de la capacidad "invasiva" de la hiedra, pero eso es porque no se conoce lo suficiente la calabaza. A los pocos días de brotar, la planta de la calabaza ya había trepado, cual trífido pasado de esteroides, por la parra, los naranjos más cercanos, y atravesaba el caminito que hay entre las dos filas con intención de colonizar el resto de naranjos.

Y luego brotaron las calabacitas. Pequeñas al principio, fueron atacadas por fieros caracoles, los cuales, como justo castigo, acabaron convertidos en ingredientes de la paella. Y luego, las calabazas crecieron, crecieron... hasta que llegó el momento de recogerlas.


Y aquí llegó la decepción. Al hornear la primera, no solo estaba asquerosa de sabor, sino que su textura era blanduzca, impropia de cualquier calabaza decente. Alguien le dijo a Señorpadre que debíamos esperar un año para comerlas, y así estarían buenas. Lo hicimos, y ni por esas.

Señorpadre, incapaz de pensar que hubiera algo malo en sus adoradas calabazas, que tanto le habían costado de criar, me convenció para que llevara una de ellas al horno de una panadería a fin de que las cocieran como es debido, en horno de leña y tal.

Diálogo con la panadera:

YO: ¿Podéis cocerme esta calabaza?

PANADERA: Claro, vuelve a la hora de cerrar y ya estará hecha.

Pasan tres horas.

YO: ¿Ya está?

PANADERA: No hay forma de cocerla, ¿que es de este año?

YO: No, del año pasado.

PANADERA: Pues no me lo explico. ¿Tienes mucha prisa? Porque es que esta tarde tenemos cerrado.

YO: No, da igual, ya pasaré mañana.

Al día siguiente:

PANADERA: ¿Sabes a qué hora terminó de cocerse? ¡A las cuatro y media!

(O sea, cuatro horas y media después de que yo la dejara allí).

Y cuando la comimos, estaba más asquerosa aún que las que había cocido yo en mi horno. Lo cual absolvió a éste de toda culpa, pero no nos consoló a Señorpadre y a mí en lo más mínimo.

Así que corrió el mismo destino que sus amiguitas: la mezclé con azúcar y "rebocina" y la convertí en buñuelos. Al menos, el azúcar estaba bueno. Y luego convertí las que quedaban en bizcocho.

Señorpadre renunció para siempre a cultivar calabazas. Para lo que nos sirvieron, nos habría ido mejor cultivar calabazas vineras.

2 comentarios:

  1. Es que depende del tipo de suelo, la localización, las horas de luz y toda una colección de factores que van más allá de plantar las semillas, regar regularmente y que le dé suficiente luz. Es una puñeta, si.

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  2. Nosotros llegamos a la conclusión de que era "culpa" del tipo de suelo, porque a otro de mis tíos, con las mismas semillas le salieron unas calabazas muy buenas. Esto de la agricultura es más complicado de lo que parece...

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