Hace unos cuantos años, en el Ayuntamiento de Castellón se celebraban matrimonios civiles los sábados por la tarde (los matrimonios civiles se siguen celebrando, pero creo que han cambiado el día). Como detalle folklórico y eso, cuando los novios salían por la puerta, además de con la lluvia de arroz, confeti, y (en casos extremos de cursilería) pétalos de rosa, se encontraban con una traca.
Pero... (siempre hay un "pero"), justo enfrente del Ayuntamiento se encuentra Santa María, la concatedral. Y allí también se casa la gente el sábado por la tarde. Y allí también les esperan el arroz (y demás cursilerías que se les ocurran a los amigos de los novios) y la traca.
Con lo cual se armó el típico conflicto entre el poder civil y el religioso, traducido en "a ver quién tira la traca más larga y ruidosa".
Un sábado por la tarde, paseaba yo por los alrededores pensando en mis cosas cuando vi un perroflauta que también pasaba por allí, mochila al hombro, tocando el instrumento musical que os podéis imaginar, y precedido por dos cánidos recién fugados de un documental de La 2. Y aconteció que en aquel momento, dos felices parejas de recién casados salían, una de la iglesia y la otra del Ayuntamiento, y comenzó la competición de tracas.
Ante el atroz y atronador ruido, los chuchos del perroflauta salieron corriendo despavoridos, seguidos por su desventurada mascota humana, que gritaba sus nombres y les rogaba que volvieran.
Y nunca se les ha vuelto a ver en este mundo.
Y así es como aprendí que, no solo la religión es peligrosa para las cabras. Además, el matrimonio (ajeno) es muy peligroso para los perroflautas.
Además de ser la primera causa de divorcio, claro.
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