martes, 19 de febrero de 2013

Nuestro amigo el contrabandista

Ya os he hablado alguna vez de ese espécimen humano al que llamo Amigopelmazo porque es mejor que su nombre permanezca en el economato. Hoy he recordado otra divertida anécdota del señor en cuestión que paso a relataros, más que nada para que no penséis que tengo el egoblogokaka este abandonado.

Como ya dije en la presentación del personaje, Amigopelmazo vive en una ciudad del norte de Francia, en una casa unifamiliar donde tiene un jardincito del que se siente muy orgulloso.

Entre todos los vegetales de su jardín, del que se siente más orgulloso es de un cerezo, que según él produce unas frutas deliciosas.


Un verano, cuando llegó el momento de su viaje anual a España para trastocar la vida de visitar a sus parientes, Amigopelmazo decidió llevarles un cargamento de cerezas para que las probasen. Llenó su maletero con las deliciosas frutas y emprendió el camino.

Ya en la frontera, cuando se detuvo a comer, se dio cuenta de que las cerezas se estaban estropeando.

Así que tomó una decisión atrevida: pasar por Andorra.

Andorra es un pequeño país justo en medio de los Pirineos. Tiene un peculiar sistema de gobierno, el co-principado, que significa que tiene dos gobernantes: el obispo de La Seu d'Urgell y el Presidente de Francia (cuando se fundó el principado, Francia aún tenía rey, pero el que los franceses cambiasen de gobierno no afectó a los andorranos).


Andorra es famosa principalmente por cuatro cosas: el spa Caldea, el arte románico, los deportes de montaña y las tiendas libres de impuestos de su capital. De modo que a Amigopelmazo se le ocurrió la idea de entrar en el pequeño país por la frontera norte, comprarse veinticinco kilos de azúcar en el que macerar las cerezas para que llegaran a casa de su primo convertidas en mermelada en lugar de en fruta putrefacta. Y, tal vez recordando sus tiempos de estraperlista, no los declaró en la aduana.

Con la mala suerte de que le pillaron, ya que los aduaneros andorranos suelen hacer registros aleatorios. Mil años de convivencia dan para que sepan qué clase de bichos somos sus vecinos.

Los aduaneros aún se están riendo al acordarse de aquel hombrecillo, con sus veinticinco kilos de azúcar y su maletero lleno de cerezas, tratando de explicarles que era para que su primo hiciera mermelada. Pero eso sí, de la multa, de pagar las tasas y de la bronca de su santa cuando volvió a casa no le salvó nadie.

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