jueves, 26 de abril de 2018

De cómo estuve a punto de convertirme en la chica de la curva

Supongo que todos conocéis la historia. Un conductor solitario. Una carretera oscura. Una bella autoestopista. Una curva peligrosa. "Ahí me maté yo". Una desaparición y un conductor que se queda aco...ngojado para el resto de su vida.

Mi historia comienza de una forma vulgar. Señorpadre es prediabético y está demasiado gordo. Señorpadre necesita hacer ejercicio pero le duelen los pies y le mata la ciática. Y le da miedo ir en bicicleta porque su equilibrio ya no es lo que era. Conclusión: compramos un triciclo.

Señorpadre es muy feliz con su triciclo. Un día sufre una caída, sin demasiadas consecuencias para él, porque iba despacio, pero fatales para el freno izquierdo del triciclo. Así que, tras intentar inútilmente arreglarlo por su cuenta, me dice que lo suba al taller a ver si hacen algo.

Así que un día a primera hora de la mañana, el triciclo con un solo freno y yo subimos por el carril bici hasta un aparcamiento de bicicletas cerca del taller de reparaciones, donde dejo el trasto para llevarlo a la hora del almuerzo.

Creo que a estas alturas debo informaros de que la calle por donde subí el cacharro está en obras, vamos, completamente destripada. Así que tuve que bajarme un par de veces por miedo a estrellarme contra las vallas de seguridad.

También tengo que aclarar a mis lectores cómo funcionan estos triciclos. A diferencia de la bicicleta, con la cual tienes que mover tú el cuerpo además de mover el manillar, y poner los pies en el suelo cuando frenas, en el triciclo tienes que mantenerte recto en el asiento y limitarte a corregir la trayectoria de la rueda delantera. Y cuando frenas puedes quedarte sentadita hasta que tienes que arrancar. Es un cambio de mentalidad y de forma de conducir respecto a la bici que requiere bastante práctica para adoptar.

Así que una vez reparado el cacharro, allá a las seis de la tarde, inicié el descenso hacia mi casa.

Y llegué a la curva fatal.

En esta "curva" me escoñé yo.

No sé si se aprecia en la foto, pero justo en ese lugar, el carril bici se inclina un poco hacia el terraplén. La rueda escoró hacia la derecha. Intenté equilibrarla, pero fracasé miserablemente, y soltando un "¡Hostiaaaa!" muy elocuente y descriptivo, acabé precipitándome a toda velocidad hacia el fondo del barranco mientras apretaba frenéticamente los frenos recién puestos, sin demasiado éxito. Entre la pendiente y la tierra suelta, las dichosas ruedas resbalaban como cuchillas de patinaje sobre hielo. Por suerte, acabé estrellándome contra este arbusto, el que podéis ver justo detrás del olivo.

¡Gracias, arbusto!

Viendo que me iba a costar más volverlo a subir por la cuesta, tiré adelante, y acabé bajando por aquí.






Y luego, fingiendo que no había pasado nada, volví a subir en el triciclo, que resultó con el manillar torcido, y con muchísimo cuidado, volví a casa.

Así que ya sabéis, amigos. Si algún día pasáis por el carril bici de Benicàssim, por la zona del Bulevar de la Estación, y veis a una atractiva, aunque algo rechoncha, rubita, haciendo autoestop, invitadla a un cafelito ¡Sé contar historias apasionantes!

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